Llegamos a Luang Prabang con la maleta llena de recuerdos de los buenos momentos vividos durante nuestro recorrido por el norte del país. Llegamos a Luang Prabang con ganas de más, de aprender más, de vivir más, de más Laos. Llegamos a Luang Prabang y Zoe nos esperaba tomando un refresco en una de las terrazas más bonitas de la ciudad mirando al río.
Desde el primer momento conectamos con nuestra anfitriona y los siguientes días en esta bonita ciudad estarían llenos de conversaciones interminables, risas, intercambios… momentos que pasarían también a formar parte de nuestra maleta de recuerdos.
Con el paso de las semanas y los meses hemos aprendido que descubrir las ciudades a través de los ojos sus habitantes es muy enriquecedor, a veces incluso más cuando se trata de un expatriado (como Zoe) que de un local, porque el extranjero también llegó una vez aquí sin conocer nada ni nadie. Zoe conoce nuestras dudas, se imagina los momentos de incomprensión e intuye las visitas que pueden resultarnos más interesantes. Digamos que las recomendaciones de un “compatriota occidental” pueden resultar más cercanas a nuestros intereses. Lo descubrimos con Andrés en Shanghai, con Fernando en Manila y lo volveríamos a vivir con Fermín en Tailandia poco después.
Si hay una ciudad que merece la pena visitar en Laos es Luang Prabang y no su capital, Vientiane, que poco tiene de interesante. Luang Prabang es la ciudad de los templos, de los edificios coloniales, de los ríos, de las montañas… Una ciudad arreglada, bien cuidada, coqueta, como distinguida… nos recuerda más a una ciudad francesa que a una asiática.
Agradables terrazas mirando al Mekong
Uno de los templos de la ciudad
Pasamos tres días en esta ciudad colonial que nos dejó enamorados, en parte gracias a la amabilidad de Zoe. El primero nos lo tomamos con más calma. La verdad es que necesitábamos descansar después de tanto viaje y dormir la mañana. Por la tarde salimos a recorrer las calles del Area Protegida, la zona restaurada de la ciudad con edificios históricos de dos plantas que ahora albergan restaurantes, hoteles y negocios, casi todos destinados al turismo.
Paseos por Luang Prabang
Secando el arroz para hacer "tortitas"
Empezamos el recorrido por el templo Phusi que se encuentra en lo alto de una colina. El paseo es agradable aunque el calor apretaba y aguantamos poco en la cima. Bajamos y nos dirigimos al templo Wat Xieng Thong, el único que visitamos por recomendación de Zoe. El paseo lo terminamos al final de la península sentados a la sombra de un árbol mirando al río. Allí conocemos a What, un chico laosiano que se trasladó del campo a la ciudad en busca de más oportunidades. Tras pasar tres años de novicio en Luang Prabang dejó la vida monacal y desde entonces combina su trabajo en un restaurante con los estudios. A What le gusta venir a este rincón de la ciudad cada tarde a conocer turistas y practicar su inglés, al igual que hacen los tres monjes que se nos acercan poco después. Mientras yo hablo con What, Efrén charla con los monjes que le explican muchas cosas sobre la vida en el monasterio, los estudios que allí hacen o la importancia de la meditación. A What le gustaría viajar a Suiza (de dónde son sus jefes), aprender japonés y sueña con casarse con una occidental. Tiene muchos sueños y proyectos, pero sobre todo tiene ganas de comerse el mundo. Le deseamos lo mejor, nos sacamos una foto e intercambiamos los Facebook. ¡Qué fácil es mantener el contacto con esto de las redes sociales!
En el templo Wat Xieng Thong
Con What y una chica francesa después de una animada charla mirando al río
El segundo día, que coincidía con el Día Internacional de la Mujer (festivo en Laos), lo dedicamos a recorrer los alrededores de Luang Prabang en moto. Empezamos por las cataratas Kouangxi, distintas de todas las que habíamos visto hasta ese momento. Nos dimos un baño refrescante en sus maravillosas aguas turquesas y visitamos el “Free the Bear”, un centro de rehabilitación de osos luna que se encuentra en el mismo área de las cataratas. Por la tarde nos hubiese gustado visitar unos campos de arroz, pero tras un pinchazo y un par de decepciones con los locales que intentaron estafarnos, decidimos terminar nuestro recorrido antes de lo previsto y reunirnos con Zoe. La noche la pasaríamos con ella y otros expatriados cenando a la orilla del Mekong y tomándonos unas copas. Conocimos las historias de cada uno de ellos, venidos de distintas partes del mundo, pero sobre todo aprendimos de la vida de Laos y de Luang Prabang a través de sus experiencias.
Las cataratas Kouangxi
Uno de los osos del centro echando la siesta
Campos de arroz en el camino
El tercer día dejaríamos Luang Prabang en un bus nocturno rumbo a Vientiane, nuestra última parada en el país. El día lo habíamos reservado cada uno por separado. Efrén había decidido descansar y trabajar en el blog y yo canjear mi regalo de cumple por un curso de cocina del restaurante Tamarind. Aunque era un poquito más caro que los demás que habíamos mirado, es sin duda el de mejor calidad (al menos eso opinan los clientes en Tripadvisor). El curso consiste en la visita del mercado local para familiarizarse con los ingredientes, seguido de la clase de cocina en la escuela, a las afueras de la ciudad. El lugar es mágico en unos jardines tranquilos, rodeados por naturaleza, un estanque, los animales de la granja y la huerta. Tuve suerte y solo éramos cuatro alumnos ese día así que teníamos al profe solo para nosotros. Preparamos sticky rice, un pescado, dos carnes, dos salsas y un postre. El curso no sólo fue una maravilla sino que la comida estaba de escándalo… ¡y la había preparado yo! Me fui de allí más que satisfecha con mi nuevo cuadernillo de recetas bajo el brazo.
El profe explicándonos cómo doblar la hoja de la banana
para preparar un delicioso plato de pescado
Dejamos Luang Prabang con la maleta aún más llena de recuerdos de los buenos momentos vividos. Dejamos Luang Prabang con ganas de más, de aprender más, de vivir más, de más países como Laos. Dejamos Luang Prabang agradecidos porque durante unos días nos habíamos sentido como en casa. Dejamos Luang Prabang mientras Zoe se tomaba un refresco en una de las terrazas más bonitas de la ciudad mirando al río.
Despidéndonos de Zoe y DarVader, los mejores anfitriones que se pueden tener. ¡Muchísimas gracias por todo!