Cuando uno empieza a hacerse adicto a viajar, se pone metas, objetivos, desafíos. Cada persona encuentra una satisfacción diferente y por tanto cada uno se plantea retos distintos. Hay quien colecciona ochomiles, maratones o cualquier otro reto deportivo, hay a quien solo le gustan las grandes ciudades, los hay que nunca organizan su próximo destino o los que toman su decisión en función del vuelo más barato encontrado en la web. Entre otras cosas, a nosotros nos gusta visitar esos lugares míticos en los que se respira historia, escenarios que te has encontrado y te seguirás encontrando en libros, películas y documentales; seguir los pasos de los grandes descubridores, perseguir las aventuras de las grandes figuras de la historia pero también de todos aquellos que ya nadie recuerda. Esta vez, posiblemente por cercanía, nos propusimos cruzar el Canal de la Mancha que separa la Europa continental de Inglaterra.
Nuestra aventura comienza una vez más en Bruselas. Efrén pasa a recogerme a la salida del trabajo y emprendemos la ruta hacia la costa francesa. Tras sufrir al menos una hora de caravana y mucho tráfico en la carretera, llegamos al Camping Los Palominos más tarde de lo previsto. La recepción estaba cerrada y por un momento creímos que íbamos dormir en el 500 que habíamos alquilado. Muy amablemente el dueño del camping nos hizo un apaño y nos dio las llaves de un bungalow.
Para ajustar presupuesto, habíamos preparado una tortilla española antes de salir de Bruselas que decidimos ir a comer a la playa, que se encontraba a solo 200 m del camping. La marea estaba baja y descubrimos la primera sorpresa que nos deparaba el Canal: una lengua de arena se extendía más de dos kilómetros ante nosotros por lo que no alcanzamos a ver la orilla. Eso sí, a lo lejos se veían todos los barcos y ferris cruzando de un lado para otro del canal. Aprovechamos que no era muy tarde para visitar Calais. Pasamos por el puerto para saber exactamente dónde tendríamos que coger el ferri.
Tan sólo 34 km separan Calais de los White Cliffs de Dover. 34 km de agua salada por los que cada día pasan ferris, barcos de mercancías, turistas, franceses e ingleses en su mayoría; 34 km que se convierten para muchos inmigrantes irregulares en el camino hacia el sueño inglés. Calais es uno de esos lugares, como muchos otros en el mundo, en los que centenares de migrantes esperan el mejor momento para cruzar al otro lado. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos al otro lado sus sueños no se harán realidad.
En el puerto de Calais, cuando cae el sol se puede ver a toda esa gente deambulando, negociando con los camioneros para intentar encontrar un pequeño trabajo descargando mercancías y seguir alimentando así el sueño de llegar a Reino Unido. La imagen que nos encontramos fue más sorprendente para Efrén que para mi ya que yo asociaba el puerto de Calais a la inmigración. Es lo que tiene ser aficionada al cine francés… Os recomiendo la película Welcome de Philippe Lioret que aborda el tema de la inmigración en esta zona.
A la mañana siguiente intentamos levantarnos temprano para aprovechar el día y visitar la costa francesa, desde Calais hasta Wimereux. El paisaje de la costa de ópalo es espectacular con largas playas de arena y piedra blanca, acantilados increíbles, campos verdes, amarillos… El viento sopla fuerte, lo que para el viajero puede ser a veces un poco engorroso pero es ideal para los más deportistas. Las playas están llenas de tablas de surf, cometas y trajes de neopreno. Y como en todos lugares, existen paradas obligatorias para el viajero como el Cap Blanc Nez y el Cap Gris Nez y sorpresas que uno se encuentra en el camino como el fuerte de Ambleteuse o el pueblo costero de Wimereux.
Obviamente no se puede hablar del Canal de la Mancha sin mencionar la Segunda Guerra Mundial, el desembarco de Normandía o el Muro del Atlántico. Hay distintos museos en la zona que dedican sus exposiciones a este momento histórico. Nosotros visitamos la exposición que se encuentra dentro de la batería Todt conocido como el Museo del Muro del Atlántico. Sobrecogedor. Adjetivo que expresa a la perfección la sensación que se siente al visitar todos estos lugares. Es impresionante ver lo que es ser humano ha sido capaz de hacer, el esfuerzo y los recursos invertidos en exterminar otros pueblos. Vergonzoso e incomprensible. Pero forma parte de nuestra historia y no debemos olvidarlo.
De vuelta al camping paramos en los acantilados blancos, los del lado francés. Es curioso ver cómo encajan las dos costas, la inglesa y la francesa, como si de un puzzle se tratara.
La noche fue muy divertida. Cenamos en el restaurante del camping que estaba lleno. De hecho ocupamos la última mesa libre. El carácter de los lugareños es bastante peculiar: los ch’tis, amables y acogedores, están lejos del estereotipo de “francés” que la mayor parte de la gente tiene. Tras una copiosa cena regada con un buen vino pasamos a la zona de baile a tomar un copa. La imagen era cuanto menos peculiar. Como el protagonista de Bienvenidos al Norte vivimos nuestra pequeña aventura chez les Ch’tis.
A la mañana siguiente nos levantamos muy temprano ya que nuestro ferri salía a las nueve y hay que presentarse en el puerto media hora antes. Como la travesía dura une hora y media aprovechamos para tomarnos un English Breakfast y llegar preparados para conducir por la izquierda. Pero no hay que preocuparse por esto ya está lleno de señales que te recuerdan que debes mantenerte a la izquierda, supongo que por la cantidad de turismo llegado del continente.
Como no podía ser de otra forma, Inglaterra nos recibió gris, muy gris y lloviendo. Sin embargo la ciudad de Canterbury es bonita con cualquier clima. De hecho el cielo gris y las nubes parecen formar parte del decorado de esta pequeña ciudad medieval.
La Catedral de Canterbury es uno de los centros cristianos más antiguos de Inglaterra, centro de la Iglesia Anglicana y forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1988. Aunque la entrada es un algo cara merece la pena. Si pasáis algún día por esta ciudad además de visitar la Catedral, haced una parada en el bonito edificio de la oficina de información turística, no dejéis de pasear a la orilla del canal, probad unas fish and chips o tomad un té. Este antiguo centro de peregrinaje no os defraudará.
De vuelta a Dover para ver los acantilados, pudimos disfrutar la costa inglesa. La verdad que el lugar es mucho más bonito e interesante de lo que nos imaginábamos y nos hubiese gustado poder pasar un par de días más para seguir descubriendo rincones, especialmente las Siete Hermanas de Sussex, al este de Dover.
Nuestra ruta se termina en Dover, con el castillo de fondo, paseando por la parte alta de los acantilados. El contraste de colores es llamativo, el verde del prado, el blanco de la creta (material del que se obtiene la tiza) y el azul del cielo y el mar. Al final la suerte nos acompañó, las nubes escamparon y pudimos disfrutar de un agradable paseo. La puesta de sol la disfrutamos desde el ferri.
Una vez llegamos a Calais emprendimos directamente la ruta de vuelta a casa por las iluminadas autopistas belgas y esa sensación de bienestar de los viajes de regreso. Una aventura nueva en la maleta. Un nuevo objetivo alcanzado.
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